El cine Azagra paraíso perdido

El cine, paraíso perdido de nuestra infancia

Para quienes fuimos niños a mediados del siglo pasado el cine constituía el auténtico paraíso de nuestra infancia. Corría el año 1947. Varios emprendedores azagreses –al menos así los llamaríamos ahora– tuvieron la feliz idea de crear en el pueblo un salón de cine con todas las de la ley, bautizado con el nombre de Cinema Azagrés.

Mis primeros recuerdos personales en relación con el séptimo arte están ligados a ese local y tienen que ver, sobre todo, con aquellas inolvidables sesiones de cine infantil, que se celebraban todas las tardes dominicales y festivas a las tres y media o cuatro de la tarde. Tres pesetas era el precio que debíamos pagar en taquilla para poder disfrutar y pasar un rato entretenido. Porque aquel salón, para nosotros grandioso, elegante e incomparable –con su vestíbulo, su pequeño ambigú, patio de butacas, palco, y sus decorativas cortinas laterales–, era el lugar de la fantasía, el espacio donde los sueños se convertían, durante más de dos horas, en realidad.

El cine paraíso perdido Azagra

La asistencia al cine tenía su ritual. Entre semana contemplábamos embobados aquellos carteles que se colocaban en la fachada del bar El Chato y que sintetizaban, en media docena de fotogramas, las escenas más significativas de la película anunciada. Cuando los carteles nos habían seducido lo suficiente, llegado ya el domingo, había que convencer a los padres para conseguir el importe de la entrada y un poco más para comprar alguna cosilla. De este modo, la paga solía ascender nada menos que a un duro. Ya en el interior, la emoción subía muchos enteros. La algarabía iba in crescendo a medida que se acercaba la hora del comienzo. Tres timbres sucesivos anunciaban el inicio de la función, que siempre tenía como preámbulo aquel Nodo de visión obligatoria en todas las salas de España.

Poco a poco, se hacía el silencio y nos adentrábamos en un mundo de ensueño que, cada domingo, y según de qué tipo de película se tratara, era diferente.

El cine impregnaba, pues, una buena parte de nuestras vidas. Quizás por eso nos ha marcado tanto y hemos quedado anclados sin remedio en aquella especie de paraíso perdido. En 1989, el italiano Giuseppe Tornatore consiguió el Oscar a la mejor película extranjera con su emotivo Cinema Paradiso. Para muchos azagreses de ambos sexos que ya contamos con una cierta edad, aquel Cinema Azagrés, desaparecido para siempre en los albores de 1984, también ha sido nuestro particular Cinema Paradiso. Y, cuando lo evocamos, no podemos sino experimentar una dosis, más o menos grande, de nostalgia, pues con él se nos fue una porción muy entrañable de nuestra pequeña historia sentimental.

Texto ©Luis Sola Gutiérrez | Ilustración ©Pilar Sola