Las faenas del agricultor no concluyen nunca, tampoco en las jornadas veraniegas de Azagra. Por eso resulta muy conveniente combinar trabajos y celebraciones. En el pueblo, en la época anterior a la llegada de las trilladoras y cosechadoras, aún se seguían recogiendo los espárragos bien entrado el estío, una ardua tarea que a menudo se prolongaba hasta el 25 de julio, festividad de Santiago. Por entonces, ya se había dado comienzo a la siega y el acarreo del cereal, labores que también requerían la presencia en el tajo antes del amanecer.
Llegados al campo, aquellos esforzados maestros de la hoz, la guadaña o la dalla intentaban dar muestras patentes de su destreza. Mieses tostadas de trigo, avena o centeno iban quedando a su paso tumbadas sobre el terreno y en él permanecían hasta que, una vez secas, se procedía a la labor de afascalar, es decir, formar fascales, haces, samantillas o gavillas. Cuando todo estaba segado y afascalado, la familia entera, tras haber repuesto fuerzas buscando alguna sombra protectora, se esforzaba por llenar el carro con el preciado cereal para acarrearlo desde el rastrojo hasta las eras. Allí se formaba cuidadosamente la parva, se preparaban las caballerías y los trillos, rudimentarias plataformas de dientes cortantes, y se procedía a girar y girar durante el tiempo preciso para quebrar la mies extendida en el suelo y extraer el grano. Ya por la tarde, aprovechando el viento, había que albendar, o sea, lanzar al aire cuantas veces hiciera falta la paja con la horca o albiendo para que el grano quedara lo más limpio posible.
Todas estas labores resultaban especialmente duras. Menos mal que en el calendario agosteño, coincidiendo con el final de las faenas descritas, llegaban las festividades de la Virgen y, sobre todo, de San Roque, de gran tradición en la villa azagresa. Familias y cuadrillas de amigos se organizaban para pasar el día junto al Ebro, preparando sabrosos ranchos o calderetes generosamente acompañados con vino de la tierra. Al atardecer, con los carros o remolques profusamente adornados con ramas de los árboles del soto, se retornaba al pueblo entonando jotas y canciones populares. Luego, ya en la Plaza, era el momento propicio para la música, el baile y, finalmente, el típico ritual de petición de vaquillas para las cercanas Fiestas Patronales de septiembre cantando con reiteración aquella letra que permanece grabada en la memoria:
Vaquillas, señor Alcalde,
vaquillas para estas Fiestas;
y si no nos dan vaquillas
nos iremos a Andosilla.
Esta sencilla melodía producía un efecto verdaderamente catártico. Al día siguiente, había que continuar con nuevas obligaciones laborales, pero se afrontaban con un talante muy diferente. Los trabajos veraniegos en Azagra siempre tuvieron su grata recompensa