Labrador o agricultor Azagra

Labrador o agricultor

Recuerdo que allá en mi infancia,
siendo tan solo un chiquillo,
pensaba que los mayores
–mi padre y demás vecinos–
no podían ejercer
sino aquel sagrado oficio:
labrador o agricultor,
que venía a ser lo mismo,
el trabajo de los hombres,
en secano o regadío
para arrancar de la tierra
los frutos y el beneficio
que nos permiten vivir,
tener sustento y cobijo.

Labradores azagreses,
con mucho sueño perdido,
que, antes de romper el alba,
preparaban sus avíos
para dirigirse prestos
a cumplir su cometido.
Ora tocaba sembrar
alfalfa, cebada o trigo;
ora tocaba plantar
cuando era el tiempo propicio.

Y, desde abril hasta julio,
padres, madres y hasta hijos,
se adelantaban al sol
para extraer complacidos
los espárragos más blancos
que puedan haberse visto.

Ya estábamos en verano,
tiempo de dallas y trillos,
de la siega y de la siesta,
de tomates y pepinos.

En septiembre, por las Fiestas,
apenas sin un respiro,
llegaba el melocotón
y, una vez este cogido,
sin pausa ni transición,
era época de higos
y del pimiento morrón,
que cautivaba a los niños
por su tamaño y color
cuando, en la Plaza extendido,
producía admiración
y el placer de los sentidos.

Uva y vino de azagra

En octubre, la vendimia,
olor a mosto y a vino;
los carros y las galeras
bajaban con gran peligro
por aquel sendero viejo
tan empinado y altivo…

Imágenes del ayer,
evocadas con cariño
y con ferviente deseo
de que el tiempo transcurrido
no logre borrar sus huellas
ni las condene al olvido.

Texto ©Luis Sola Gutiérrez | Ilustración ©Pilar Sola